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Actualmente, son unos líquidos complejos, obtenidos por síntesis. Presentan una serie de características peculiares para ofrecer un correcto funcionamiento. El líquido, por ejemplo, debe tener una temperatura de ebullición elevada. En un líquido nuevo es de 230-240º C para evitar la aparición de vapor, que es comprimible y favorece el fenómeno vapor-lock, que alarga la carrera del pedal perdiendo frenada. La temperatura de solidificación, es decir, que el líquido se congele, ronda los 70º C en un líquido nuevo. Otro de los inconvenientes que hay que tener en cuenta es que los líquidos pueden absorber la humedad del aire atmosférico. Si el contenido de agua alcanza el 3%, la temperatura de ebullición cae de 80º a 90º C. Esto suele ocurrir alrededor de los 18 meses de funcionamiento. Este porcentaje de agua ataca a los cilindros, pistones, etc… El líquido de frenos tiene una gran capacidad de corrosión sobre el resto de componentes del sistema. Por ello, incorpora unos aditivos anticorrosión, pero pierden su poder con el tiempo y, sobre todo, con el aumento del contenido de agua. Por último, es importante recordar que no debe mezclarse un líquido mineral y uno sintético, pues provoca el deterioro de las copelas y las junta. Sí pueden, en cambio, mezclarse dos líquidos de la misma naturaleza y de la misma norma SAE, si están en estado nuevo. En caso contrario, pierden sus capacidades por higroscopia.
Es necesario verificar los frenos cada 20.000 km o al menor síntoma como falta de precisión en la frenada, vibración al frenar o desvíos de la trayectoria. Todos los componentes del sistema de frenado sufren desgaste en función de su uso. Por ello, deben cambiarse según el componente y las indicaciones del fabricante: Las pastillas, cada 20.000 km. Los discos, cada dos cambios de pastillas. El líquido de frenos cada dos años o 20.000 km